miércoles, 11 de julio de 2012

El Pantano de la Tristeza, la Nada y la pobreza moderna.

Ayer vimos por la tarde la película "La Historia Interminable", basada en el libro homónimo de Michael Ende.
Fue una linda tarde de soñar y hablar con los hijos sobre cómo no debemos dejar morir la fantasía.
En particular me movió cómo a mi hija de 9 años le preocupó el Pantano de la Tristeza y el que Atreyu pierde a su fiel compañero equino que se deja llenar por la tristeza y deja de luchar por salir.
La analogía de la película me parece magistral: si uno se deja que la tristeza le llene el alma, se hunde irremediablemente en el pantano.  Si, se puede estar triste... se puede incluso llorar desconsoladamente alguna pérdida muy significativa.  Pero hay que seguir adelante.  Y cuesta trabajo, porque el fango del pantano nos jala, nos detiene, nos hace creer que no podemos más.  Tal vez el secreto para salir de aquel paraje está en recordar que, fuera de sus límites, hay tierra firme que no nos detendrá al avanzar; que el pantano no es eterno y que eventualmente saldremos de él si seguimos caminando en línea recta, aunque sea por elemental lógica geográfica.  ¿Algún parecido con la vida real del adulto promedio?  ¡Por éso adoro las analogías!

Hoy comencé mi mañana leyendo ésta nota:
Un publicista de éxito nos muestra 'gratis' el nuevo rostro de la pobreza | Intereconomía | 755973:
En efecto, coincido con el autor del comercial en que la pobreza nos rodea de formas cada vez más sutiles e inverosímiles.
Me hizo recordar la película aquella, En busca de la felicidad, en la que, en aras de seguir siendo un padre productivo (pero sobre todo funcional) para su hijo, Chris Gardner debe aparentar que todo está bien.  Y como espectador adulto, es duro verlo sostener un mundo seguro para su hijo mientras fluctúa entre la guardería del estado y el albergue de indigentes para dormir.

La Nada, ésa nada informe que devora Fantasía, es la misma Nada que nos obliga a pasar por el Pantano de la Tristeza en nuestra vida adulta.  Toma posesión de nuestros sueños y nuestras esperanzas, básicamente porque nosotros se lo hemos permitido.  Lo hicimos en el momento en que dejamos de considerar valiosos nuestros sueños y fantasías, que son la única manera de transitar por ésta vida sin perder de vista que lo material es una mera ilusión sensorial. Aunque suene cursi: si uno deja de soñar, su vida se va quedando vacía, hasta que sólo queda la Nada.

Mis conclusiones personales, luego de semejante combinación ecléctica de ideas, y que seguramente les parecerán inconexas a nuestros lectores, son las siguientes:
Primero, que uno nunca sabe qué está viviendo el otro, ése prójimo al que supuestamente vemos cotidianamente. Puede haber grandes tragedias detrás de los rostros amables y el aspecto prolijo y cuidado.
Segundo, que no hay que dejar de soñar y mucho menos creer que los sueños con cosas de niños fantasiosos y adolescentes ingenuos, porque es gracias a ésos sueños que la vida es más llevadera.
Y tercero, que siempre hay que ofrecer ayuda y estar al pendiente de las peticiones de ayuda de otros. Digo, uno nunca sabe cuándo se presentará la oportunidad de hacer la diferencia en la vida de alguien y, tal vez, ser quien desatasque a ése guerrero valeroso y desolado de la succión de su propio Pantano de la Tristeza.

Al menos a mi, de vez en cuando, se me antoja soñar que alguien me desatasca así...

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